En el vertiginoso fluir de la vida contemporánea, nos encontramos inmersos en un torbellino de interrogantes que desafían nuestra existencia. Buscamos razones para orientarnos, nos dejamos influir por las mareas de emociones y sentimientos, y luchamos por mantener un carácter sólido y confiable en medio de la vorágine.

En un mundo donde los lazos matrimoniales se resquebrajan por decisiones erróneas y actitudes desacertadas, y donde la niñez se encuentra desamparada en hogares carentes de amor y atención, la incertidumbre del mañana genera un estrés abrumador. Este estrés puede transformarnos en vulnerables esclavos de nuestras emociones, conduciéndonos a agredir emocionalmente a nuestros seres queridos.

El deterioro de las relaciones familiares tiñe el hogar con un ambiente  hostil que mina la unidad y la armonía, sumiéndonos en un oscuro abismo existencial difícil de sobrellevar. En este desolador panorama, el amor y el perdón se desvanecen, dando paso a la indiferencia y al desapego, cerrando toda puerta a la restauración.

¿Cómo podemos evitar este desastre como familias? La respuesta radica en desarrollar un carácter genuinamente cristiano, arraigado en principios divinos y no en las fluctuaciones de nuestras razones, emociones y sentimientos. Es un carácter decidido a enfrentar las vicisitudes de la vida y las discrepancias interpersonales a la luz de la voluntad de Dios.

El verdadero carácter, implica consultar la Palabra de Dios para guiar nuestras decisiones y acciones diarias. Es renunciar a reaccionar impulsivamente ante nuestras emociones y seguir obedientemente los preceptos divinos, incluso cuando resulten difíciles de entender o aplicar.

Ser hijos de Dios implica perdonar y ofrecer segundas oportunidades, ser parte de la solución en lugar de sumarse al problema, y vislumbrar el futuro con fe en las promesas divinas, más allá de las circunstancias adversas.

Guiarnos por convicciones en lugar de ser esclavos de las emociones es un desafío, pero es la senda más segura hacia la estabilidad familiar.

Forjar este carácter no es sencillo, pero es completamente alcanzable. La clave radica en DECIDIRLO y permitirnos ser guiados por la lectura de la Palabra de Dios y la oración, practicándolo con constancia en nuestra vida cotidiana.

Tu matrimonio y familia son el tesoro más valioso que Dios te ha dado ¡CUÍDALO!

 

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