La identidad es mucho más que una simple etiqueta; es la percepción profunda que tenemos de nosotros mismos, la cual nos distingue y nos da un sentido único de propósito. Esta percepción influye en nuestra función, valor y potencial en la vida.

La manera en que nos valoramos a nosotros mismos está directamente relacionada con nuestra identidad. Esta autoevaluación, a su vez, define nuestra autoestima. Por ejemplo, si te identificas como un excelente médico, te valoras como tal y tienes claro tu propósito y misión. Lo mismo ocurre con ingenieros, arquitectos, administradores, mecánicos y muchas otras profesiones.

La identidad espiritual también juega un papel crucial en nuestra percepción de valor, tanto personal como en la sociedad. Sin embargo, muchas personas aún no han descubierto su verdadera identidad espiritual.

En Juan 1:10-13 se dice: “Vino al mundo que él había creado, pero el mundo no lo reconoció. Vino a los suyos, y ellos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Ellos nacen de nuevo, por un nacimiento que proviene de Dios.”

Aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador y vivir según sus principios nos da la identidad de hijos de Dios. Esto nos aparta de los principios del mundo y nos guía por el Espíritu de Dios. Las personas con una fuerte identidad espiritual suelen tener mayor autocontrol y son más serviciales. Saben de dónde vienen y hacia dónde van.

La identidad familiar también es esencial. Nos define como hijos, hermanos, esposos, padres, tíos y abuelos. La familia es el primer entorno en el que nos desarrollamos emocional y relacionalmente. Una familia saludable transmite sus valores y legados a las nuevas generaciones a través del ejemplo de los padres y familiares cercanos.

Actualmente, uno de los mayores problemas en nuestra sociedad es la falta de identidad en las nuevas generaciones. Muchas veces, esto se debe a la ausencia de una estructura familiar saludable y a la falta de modelos positivos. Los jóvenes crecen con identidades distorsionadas que limitan su potencial.

Los hijos de Dios, aunque no perfectos, tienen una identidad clara y buscan vivir conforme a principios bíblicos. Una familia que practica estos principios no solo enriquece su vida, sino que también deja un legado valioso para las generaciones futuras.

Tu matrimonio y tu familia son el tesoro más valioso que Dios te ha dado ¡CUIDALO!

 

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