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Las incógnitas sobre el origen y el propósito de la existencia humana han desconcertado a muchos, apartándolos de su verdadera esencia. En un mundo obsesionado con lo material y lo efímero, es fácil perder de vista nuestra auténtica identidad.

Nos han enseñado a definirnos por nuestras posesiones, conocimientos y estatus social. Pero ¿es eso realmente quienes somos? Nuestra identidad va más allá de lo superficial; está arraigada en algo mucho más significativo.

A lo largo de la historia, las raíces culturales y espirituales han moldeado nuestras creencias y comportamientos. Como dice el refrán, «dime de dónde vienes y te diré quién eres». Nuestra herencia cultural y espiritual influye profundamente en nuestra identidad y determina nuestro rumbo en la vida.

Sin embargo, solo el Creador tiene la autoridad para revelarnos nuestra verdadera identidad y propósito. Como hijos e hijas de un Ser superior, nuestra esencia está enraizada en Él. En Génesis 1:27-28 se nos recuerda que fuimos creados a Su imagen y semejanza, y que Él nos ha dado la tarea de ser fructíferos y multiplicarnos.

Entonces, ¿quiénes somos realmente? ¿Cuál es nuestro propósito en esta vida? ¿Y cuánto valor tenemos a los ojos de Dios?

La respuesta a estas preguntas solo se encuentra en la fuente misma de nuestra existencia: la Biblia, el manual divino que revela el diseño y el propósito de la vida humana. En Juan 1:12, se nos dice que al recibir a Jesucristo en nuestros corazones, nos convertimos en hijos e hijas de Dios. Esto implica más que una simple relación creador-criatura; implica una adopción divina que nos otorga un estatus único y una identidad definida.

Cuando Jesucristo se convierte en el Señor de nuestras vidas, nuestras acciones y decisiones reflejan Su voluntad. Ser un hijo o hija de Dios implica seguir Sus enseñanzas y vivir conforme a Su palabra.

Este compromiso transforma nuestra identidad y guía nuestro camino en la vida. Un matrimonio fundado en esta identidad sólida camina con seguridad, salud y bendición. Incluso en los momentos difíciles, encuentran consuelo y dirección en la sabiduría divina. Y, lo más importante, transmiten estos principios a sus hijos, asegurando así que la identidad como hijos e hijas de Dios continúe generación tras generación.

Entonces, ¿qué ajustes necesitas hacer en tu vida para abrazar tu identidad como hijo o hija de Dios? Es hora de vivir según el propósito para el cual fuimos creados, abrazando nuestra verdadera identidad y destino.

Tu matrimonio y familia son el tesoro más valioso que Dios te ha dado ¡CUÍDALO!

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